martes, 17 de febrero de 2009

Cosas de chicos II


Los jóvenes bajaron por la escalinata aún con los dedos entrelazados. No había mediado palabra desde que ella, unas cuatro cuadras atrás, había decidido tomarlo por sorpresa.

Cuando sus pasos fueron recibidos por la arena y el mar se les apareció claro e infinito, el se descalzó y mantuvo el paso seguro, casi con delicia, anhelando que ella lo siguiera para perderse al fin en la noche.

Sin soltarse las manos bordearon la costa, mojándose los pies de ola en ola; con un manto de estrellas en el cielo y otro improvisado con los caracoles resplandecientes que se delataban ruborizados ante la impertinencia de una clara luna.

Ella se decidió a hablar y le notificó de su fascinación por las flores de campo, los juegos de cartas y las casas con techitos a dos aguas. Él, por su parte, le reconoció su temor por las arañas y su deseo de conocer la nieve.

Podrían haberse besado en ese momento y, sin embargo, decidieron postergar el inevitable desenlace para no terminar jamás con ese mágico momento que los encontraba más cerca del cielo que de la tierra. Aunque la frescura de la finísima y blanca arena se sentía patente bajo sus pies, un llamado a que todo aquello en verdad estaba sucediendo.

El elogió su sonrisa y ella agradeció con la mirada. Con su mano libre acarició su hombro, y descubrió un lunar que aparecía justo al lado del bretel. Así de indiscreta estaba la luna; pero no este narrador que en cuanto constató que la las prendas caían sin rubor al suelo decidió interrumpir su peregrinar y dejar que los chicos, que mantenían de todos modos su caminata, se perdieran en la noche. Allí seguro encontrarían un previsible desenlace, entre juramentos de amor eterno y finales felices, desconocedores de que tales historias no duran por siempre.

3 días más tarde, a 50 kilómetros de allí, prefectura naval encontró sobre la costa, los cuerpos de 2 muchachos como los de ésta historia, casi escondidos debajo de la arena con quemaduras de segundo y tercer grado, picoteados los ojos por las gaviotas y con claras señales de haber perecido por deshidratación. Sus dedos aún permanecían entrelazados.