sábado, 19 de abril de 2008

Número equivocado


Alguien golpea la puerta. Nadie la escucha, pero hace mucho ruido. Más ruido incluso que si la persona que la golpea estuviera dentro golpeándome en la cabeza, y eso hubiera hecho gritar mucho a mis padres; aún así, más ruido. Por las dudas no abro, si nadie la escucha, tal vez sólo lo esté imaginando.
Mi hermana va a sacar la basura, alguien está esperando afuera. Es el que golpeaba, claro está. Sin embargo nadie lo ve. Ni siquiera yo. Es decir, tengo la convicción de que allí se encuentra, pero no lo veo. Y eso que su presencia es más patente que la de mi hermano, con el sonido del estéreo a todo volumen, casi tan ruidoso como el golpeteo de la puerta, casi.
Como nadie se da por percatado del asunto, la puerta se cierra. Y la vuelven a golpear. Mi hermano, sube de nuevo el volumen, papá prende la tele, mamá hace merengue, siempre lo hacía a mano, pero hoy escogió la batidora.
Tengo la certeza de que alguien sigue en la puerta. Aunque los golpes cada vez son más espaciados en el tiempo, como si se cansase. Como si supiera que por más derecho que tiene de entrar (pues cortésmente ha pedido permiso para hacerlo) nadie tuviera la intención de acceder a su pedido. Tal vez, no esté allí. A esta hora de la tarde hay mucho viento, tal vez sea solo eso, viento. Y la persona de campera azul del otro lado de …. ¿dije persona de campera azul? No recuerdo hacer visto nada de eso, seguramente estoy cansado con las clases y el trabajo; además no comí y eso me debe estar afectando. Si, me merezco un buen plato de sopa calentita, de esas que tan bien le salen a la vieja, además por lo visto hoy hay postre.
El golpeteo cesa. A mi padre se le escapa un suspiro que de inmediato disimula, yo le palmeo la espalda; es un buen hombre.
Cenamos en familia.

2 comentarios:

Kafka dijo...

Yo queria que mi papá me hubiera enseñado a jugar ajedrez en vez de cartas, damas inglesas o billar.
Un abrazo. Animo.

Hélas dijo...

Escondés una tristeza implacable