martes, 22 de abril de 2008

relato de un hombre blanco



Desperté con mordiscones en la cara. Con el techo en la punta de la nariz y la memoria hecha un graffiti.
Cómo tantos, al recordar que vivo en un mundo donde existe el tiempo y en la súbita carrera por aminorar el retraso, olvido mis pantalones. No sé si resulta pertinente remarcar que jamás uso ropa interior.
La calle abarrotada de mal vivientes con cara de almohada, suele ser un excelente refugio para quien quiera esconderse del mundo, el problema es encontrarse.
Y ahí iba yo.
Con la camisa manchada por el último café tomado entre amigos y que guardé como tesoro. Con una jauría de perros de la memoria deshaciéndome la carne; y con el cansancio que costó alimentarlos cuando eran cachorros a cuestas.
Y ahí iba yo, el último de la tribu que no supe fecundar, empecinado en no arrojar esperanza en la cuadra.
Sigo a paso de hombre. Nunca aprendí a hacerlo de otra manera. El momento sucedido de momento; lineal, inequívoco, previsible, simple, pueril.
A pesar, de los perros, y del frío de la escarcha; sigo. A pesar del viento, que es casi un humo, y del maletín cargado de piedras de gastados colores, prosigo, persigo.
Supongo que jamás acudiste a la cita, jamás desistirías de conocerme si me topases en ese estado, tan amante.

3 comentarios:

Hélas dijo...

Yo creo que nunca desitiría en conocerte.

tan versátil como acústica dijo...

la foto me alteró un poco el contenido total del texto; al punto que creo que interpreté algo que no tenía relación alguna con lo planteado.


esa hélas te lanzó una invitación.

chicosoquete dijo...

a mi tampoco me ha funcionado ir en bolas a las citas, pero sigo intentando